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11/11/2013

Eduardo Galante Patiño, Catedrático de Zoología de la Universidad de Alicante

«El hombre es el causante de la sexta gran extinción de especies»

Eduardo Galante resume sus años dedicados a la ciencia, la divulgación y la cooperación al desarrollo como un privilegio. Define la biodiversidad como las diferentes formas de expresarse la vida y defiende la educación ambiental para combatir la ignorancia sobre nuestro entorno natural. El investigador recorre bosques mediterráneos y selvas tropicales recopilando datos para contribuir a su conservación. Por el camino ha descubierto nuevas especies e impartido talleres sobre conservación de la naturaleza y desarrollo sostenible, pero también ha sido testigo de la devastación.



AUTOR: RUVID

El catedrático ha fundado y dirigido el Instituto de Investigación CIBIO (Centro Iberoamericano de la Biodiversidad) de la Universidad de Alicante y la Asociación Española de Entomología, la cual actualmente preside. Sus proyectos más recientes incluyen la creación de la Estación Biológica de Torretes Font-Roja, el Museo de la Biodiversidad de Ibi y la subsede de la Cátedra UNESCO Reservas de la Biosfera y ambiente urbano. Impulsor y autor de numerosos proyectos de I+D, programas de conservación y publicaciones, su prolífica carrera se completa con cargos de asesor científico en diferentes consejos regionales y nacionales, y evaluador de proyectos y artículos relacionados con el medio ambiente. Su actividad ha sido reconocida con diversas distinciones como el Premio de Medio Ambiente de Castilla y León, el premio Augusto Linares de Cantabria o el doctorado Honoris Causa de la Universidad de Piura en Perú.


¿Podría enumerar las principales amenazas para la biodiversidad?
Las amenazas son muy diversas. Uno de los principales peligros proviene de la transformación del territorio y los cambios de usos tradicionales de suelo por otros más agresivos que conllevan fragmentación y destrucción de bosques y áreas naturales. En todo el mundo vemos casos de agriculturas diversificadas que se convierten en monocultivos, por ejemplo.


La biodiversidad se ha generado a lo largo de muchos millones de años. Empieza a crearse la vida hace más de 4.000 millones de años y nuestra especie aparece en Europa hace tan solo 40.000 años. Desde el inicio hemos transformado la naturaleza para nuestro beneficio, pero en el último siglo los cambios han sido más agresivos como consecuencia de las tecnologías, la sociedad del bienestar y el creciente número de personas en el planeta. Nos encontramos en el momento de mayor alteración de la naturaleza desde que el hombre está en la Tierra. Ha habido casos de grandes extinciones por causas naturales a lo largo de la historia de la Tierra, pero hay autores que definen este periodo como la sexta gran extinción y esta vez está provocada por el hombre.


¿En qué trabaja su grupo de investigación?
En el CIBIO somos conscientes de los problemas que actualmente tiene la biodiversidad, pero también de la imposibilidad de abarcarlos todos. En mi caso, dirijo el grupo de Biodiversidad y Biotecnología Aplicadas a la Biología de la Conservación donde abordamos el estudio de los seres vivos analizando que ocurre en los ecosistemas mediterráneos y tropicales y buscamos indicadores de su estado de conservación. Concretamente, trabajo con diversos grupos de insectos que nos sirven de indicadores, como un termómetro podríamos decir, para medir la biodiversidad de una zona y su estado de conservación.


Según las especies de insectos que encontramos, la composición y sus relaciones, debemos ser capaces de entender qué ha pasado en ese ecosistema, cuál es el grado de amenaza y dar soluciones a los gestores y responsables de su conservación. En la actualidad, desarrollamos programas de estudio y conservación en áreas protegidas como los Parques Nacionales de Cabañeros y Doñana o el Parque Natural de la Font Roja. En todas estas áreas protegidas aplicamos protocolos de estudio que buscan obtener resultados aplicables a la conservación de la biodiversidad. También estamos investigando en selvas tropicales de Latinoamérica donde si bien el trabajo es más complejo, los resultados son apasionantes. En todos estos estudios, nuestro grupo de investigación está descubriendo centenares de especies nuevas para la Ciencia.


¿En qué insectos centra sus investigaciones?
Actualmente estoy centrando mis estudios en los insectos llamados saproxílicos, insectos que viven sobre el árbol, y los analizamos en el contexto del bosque mediterráneo, para lo cual hemos escogido áreas singulares como el parque nacional de Cabañeros (Ciudad Real y Toledo), los bosques del sur de Salamanca en la Sierra de Gata y del Parque Natural de Batuecas-Peña de Francia y vamos a extender los estudios a la Sierra Espadán en Castellón. Se trata de una fauna muy amenazada en Europa y existen directrices europeas para su conservación. Estos insectos viven ligados al árbol, unos comen su madera, otros viven en las oquedades alimentándose de materia orgánica y otros se alimentan de hongos o son depredadores. Desempeñan un papel clave en el ecosistema de bosque ya que participan en la descomposición de la madera, el reciclaje de nutrientes y sirven de alimento a otras especies. Los consideramos, por tanto, indicadores de bosques maduros y bien conservados.


Desde el instituto CIBIO, contribuimos a desentrañar la diversidad de especies de este grupo. Cuando iniciamos esta línea hace ocho años, en España se conocían unas 90 especies de saproxílicos, actualmente superamos las 260 especies encontradas. Hay que tener en cuenta que España es el país europeo con la mayor diversidad de fauna y flora. Intentamos conocer las especies que existen, pero también entender cómo viven y por qué les atraen ciertos árboles. Por esta razón estudiamos la comunicación química, analizando los olores o volátiles que emiten los árboles.


¿Este enfoque de estudiar las relaciones entre seres es reciente?
Efectivamente. A nivel internacional se está trabajando mucho sobre las redes ecológicas complejas y en España hay excelentes investigadores en este tema. Nosotros no solo buscamos las relaciones entre los seres vivos, sino la razón por la que se asocian. Es como una comunidad de vecinos: existen relaciones de buena vecindad pero también malas. La naturaleza se comporta igual: las especies llegan a un lugar y se producen interacciones. Sin embargo, hasta la fecha los científicos se habían centrado en las relaciones de plantas con plantas e insectos polinizadores con flores. Nosotros, en cambio, hemos publicado el primer trabajo a nivel mundial sobre las redes complejas que se establecen dentro de este grupo de insectos en los árboles.


Empezamos a descubrir este mundo que nosotros llamamos el Facebook de los insectos, es decir, sus redes de contactos. Solamente así podremos aportar datos completos sobre cómo gestionar los bosques, por qué conservar unos árboles y no otros. Con frecuencia nos equivocamos en las políticas por fijarnos solo en algunos seres vivos, unas especies emblemáticas o singulares, generalmente vertebrados de gran tamaño y emblemáticos pero no tenemos en cuenta la cohorte de seres vivos a su alrededor.


Los insectos son el grupo animal más numeroso pero también el más desconocido en el mundo de la conservación.
Hay un dato que siempre me gusta resaltar: los insectos constituyen más del 70% de la biodiversidad del mundo. El número de especies del total de seres vivos que conocemos, es decir, que están descritas, se sitúa alrededor de 1.750.000, de las cuales cerca del millón son insectos – el resto son plantas, vertebrados, microorganismos, hongos, gusanos, etc. –. Con esta cifra no se nos escapa la función fundamental que ejercen en los procesos de la naturaleza: de ellos depende por ejemplo, la producción de frutos, el reciclaje de materia orgánica y el control de las plagas. Tan sólo un 2% de las especies de insectos pueden causarnos daños, el resto podemos decir que son beneficiosas. De hecho, otra línea de investigación de nuestro grupo es el control biológico de plagas en invernaderos, utilizando precisamente insectos como agentes de control.


El problema es que generalmente no se les presta atención a los insectos, aunque hemos conseguido que España sea uno de los países que más esfuerzos destinen a esta causa. Desde que empecé a presidir la Asociación Española de Entomología en 1993 me propuse sacar la entomología de los laboratorios. Tenía que convencer a la Administración de que los insectos y los invertebrados en general eran importantes, lo cual no ha sido tarea fácil. Con el tiempo fuimos ganando peso los que abogamos por su conservación y desde el CIBIO coordiné con un compañero el Libro Rojo de los Invertebrados de España y los Atlas de especies de invertebrados amenazados, editado por el Ministerio de Medio Ambiente y en el que han participado más de cien investigadores.


Además de convencer a la administración, intenta implicar a la sociedad…
Es uno de los temas que más me preocupa. Aunque nuestra principal obligación es hacer investigación de calidad, al mismo tiempo tenemos que ser capaces de difundir el conocimiento a la sociedad. Por eso, después de crear el CIBIO di el paso con la ayuda del Ayuntamiento de Ibi de poner en marcha la Estación Biológica Torretes y después el Museo de Biodiversidad de Ibi, que actualmente dirijo. Con el mismo objetivo fundé la revista divulgativa Cuadernos de Biodiversidad. Es fundamental que la ciudadanía se conciencie del papel que juega en la protección de su entorno y que hay que conservarlo tanto como una selva tropical.


De la integración del ambiente urbano, rural y natural trata precisamente la Cátedra UNESCO que ha nacido este año en la Universidad de Alicante.
En Alicante hemos establecido una subsede de la Cátedra “Reservas de la Biosfera y Ambiente Urbano” impulsada por el Dr. Sergio A. Guevara Sada, investigador del Instituto de Ecología de México. En las últimas décadas hemos creado urbanitas, es decir, personas alejadas de la naturaleza. El objetivo de nuestras actividades será explicar que la naturaleza no está lejos sino que nos rodea y que los pequeños gestos para conservarla tendrán una repercusión positiva.


¿Cuál es el ritmo de pérdida de biodiversidad en Iberoamérica?
He trabajado sobre todo en México en selvas cercanas a Guatemala, en concreto la región de Chiapas, en las del sur de Veracruz y zonas áridas del estado de Hidalgo y después pasé a centrar mis investigaciones en Costa Rica. La problemática de los países latinoamericanos es que han comenzado a desarrollarse tecnológicamente y se está produciendo una pérdida acelerada de bosques y selvas, y en general una fragmentación y destrucción de los espacios naturales. Van quedando solo las zonas protegidas y ni siquiera éstas están fuera de peligro. Se hacen gestos como el caso emblemático de Costa Rica que logró frenar la pérdida de sus selvas tropicales en la década de 1960, lo que pasa es que la presión es mucha en Latinoamérica y se priorizan en muchas ocasiones las necesidades económicas.


Debe ser una frustración para los conservacionistas comprobar la fuerza de los lobbies.
Efectivamente. Como anécdota, volvimos después de un año a una zona de selva en Chiapas y nos encontramos que el fragmento de selva en el que trabajábamos había desaparecido. He visto como en países donde el discurso oficial era de protección de la selva, el mismo gobierno construía carreteras e infraestructuras de dudosa necesidad social. Todos los Estados están sometidos a unas presiones enormes porque están en pleno desarrollo económico, y el problema es que el camino emprendido es a veces el modelo español de desarrollismo. He visto surgir grandes hoteles en zonas de selva y te preguntas cómo han permitido esas barbaridades cuando los modelos que esas selvas soportan son de integración con la naturaleza. Curiosamente en ocasiones son empresas españolas que ya no tenían opciones de continuar expandiéndose en nuestro país a consecuencia de las dificultades económicas e invierten en países donde sus dirigentes apuestan por un modelo rápido de crecimiento económico a costa de la naturaleza.


Mientras tanto, nuestro país ha recortado los fondos de cooperación al desarrollo. España ha eliminado gran parte de los programas de cooperación en Latinoamérica, que contribuían a un desarrollo social y económico sostenible respetuoso con su entorno. He visto cómo gracias al dinero invertido por España, y otros países europeos, hay pueblos que hoy día tienen agua corriente, han aprendido a gestionar el agua, a cuidar su naturaleza y a tener esperanza de vida donde antes había pobreza.


¿Hay vuelta atrás?
Yo creo que sí, pero necesitamos proporcionar educación o bioalfabetización. Las grandes multinacionales que arrasan con la selva para plantar soja o palma de aceite sí que saben las consecuencias de sus actos sobre el medio ambiente, pero en general lo que me encuentro es ignorancia y no malicia. Por eso la educación ambiental es fundamental. Los profesores han de trasladar el mensaje a sus alumnos y los investigadores a la sociedad. Como dicen los latinoamericanos, hay que lograr el empoderamiento: apoderarse del conocimiento sobre la naturaleza y que la sociedad la entienda y la haga suya. Hecho eso, entonces cada uno podrá ir haciendo su aportación a la conservación. Queda mucha naturaleza que cuidar, hay zonas destruidas que podemos recuperar y, sobre todo, no repitamos nuestro modelo reciente de desarrollismo en otros lugares.
 


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Autor de fotografías: Roberto Ruiz, Taller de Imagen de la Universidad de Alicante.



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