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19/09/2012

Cristina Vidal Lorenzo, Profesora Titular del Departamento de Historia del Arte, Universitat de València

«Nuestro trabajo ha favorecido un turismo cultural que fomenta el desarrollo de la región»

En noviembre parte de nuevo con una expedición hacia Guatemala. Será el inicio de otra campaña arqueológica en las ruinas de la ciudad maya de La Blanca. La arqueóloga Cristina Vidal dirige desde 2004 un ambicioso proyecto interuniversitario y multidisciplinar cuya finalidad es el estudio y puesta en valor de este asentamiento maya engullido por la selva. Se trata de una arqueología complicada por las condiciones del entorno, aldeas sin agua ni electricidad, caminos de tierra, animales peligrosos y edificios cubiertos por árboles que pueden llegar a alcanzar los treinta metros de altura. Sin embargo, esas mismas dificultades envuelven este mundo de romanticismo y aventura. Se trata de una experiencia impagable, en palabras de Vidal. No es sorprendente que la investigadora sea una apasionada de su trabajo: se suceden importantes hallazgos científicos que arrojan algo más de luz sobre esta intrigante civilización y están contribuyendo tanto a la protección del patrimonio, como al desarrollo social y económico de la región.



AUTOR: RUVID

¿En qué consiste el proyecto que dirige en Guatemala?
El proyecto contempla la excavación, recuperación y puesta en valor de las ruinas de la ciudad maya de La Blanca, así como el estudio de su entorno. Además de ser un proyecto arqueológico, incorporamos una vertiente de cooperación al desarrollo de la región. Nuestro objetivo es que las comunidades del entorno de las ruinas se sientan comprometidas con su protección y las valoren. Son aldeas humildes que sobreviven con los recursos de la naturaleza. Cuando llegamos, detectamos una falta de identidad de los pobladores hacia su pasado. Algunos ni conocían las ruinas y para la mayoría eran un estorbo porque no podían cultivar ese terreno. Esto había desembocado en el descuido de las ruinas y en el expolio de sus monumentos para la recuperación de vasijas, máscaras y collares y su venta en el mercado ilícito de obras de arte, como ha pasado en muchos otros sitios arqueológicos mayas.


Comenzamos a impartir talleres de formación sobre la protección del patrimonio cultural en las escuelas y a nuestros trabajadores locales –hemos llegado a tener más de sesenta– y a toda la población adulta interesada. En esta última etapa del proyecto, también hemos formado a un grupo de pobladores locales como guías culturales y, gracias a la Universitat de València, hemos inaugurado un Centro de Interpretación para visitantes. Esto ha facilitado la llegada del turismo, tanto extranjero como nacional, así como la vigilancia permanente de las ruinas al incorporar instalaciones para los guardas. Además, tras la visita, a los turistas se les propone comer en la aldea. Con estas acciones contribuimos al desarrollo económico de la población local, les animamos a ser emprendedores, involucramos a las mujeres y concienciamos a la juventud, especialmente a los niños. ¡Ahora todos quieren ser arqueólogos!


¿Cómo surgió el Proyecto La Blanca?
Como especialista en arqueología maya, llevo trabajando desde 1988 en proyectos sobre esta cultura, principalmente en México y Guatemala, y cuento con una amplia experiencia en Tikal que fue una de las grandes capitales mayas. Además, formo parte de un equipo compuesto por investigadores de la Universitat de València y de la Universitat Politècnica de València, nosotros aportamos los conocimientos de arqueología, historia e historia del arte y ellos de topografía, arquitectura y restauración. En 2003, decidimos poner en marcha un proyecto conjunto que fuera abordable desde el ámbito universitario y donde pudiéramos integrar a nuestros estudiantes.


Contando siempre con el interés de las autoridades guatemaltecas, hicimos una prospección y encontramos un sitio arqueológico todavía por investigar y de fácil acceso llamado La Blanca. Se trata de un pequeño asentamiento en el Departamento de Petén, donde se concentran la mayor parte de los antiguos asentamientos mayas. Ambas universidades aprobaron el proyecto, se unió la Universidad San Carlos de Guatemala y se consiguió financiación del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte y de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo.


¿Han descubierto elementos diferenciadores con respecto a otros asentamientos mayas?
Lo más relevante de La Blanca es su excepcional arquitectura, sobre todo de los edificios de la Acrópolis. Es sorprendente cómo en un asentamiento urbano de carácter secundario se levantaron semejantes edificios que por su calidad y su tamaño, rivalizan con los de Tikal. Excepto dos pequeños templos piramidales, la mayoría de las construcciones son de naturaleza administrativa y residencial. Situada en la cuenca baja del río Mopán, muy cerca de su afluente el río Salsipuedes, nuestra hipótesis es que la ciudad se fundó en este enclave estratégico para controlar el tráfico fluvial. El gobernante debía además impresionar a los súbditos de la región que fueran a entregarles su tributo.


Hemos descubierto una gran plaza que tenía una cabida para 20.000 personas, que son muchas para la época, varios palacios alrededor de ella y otros edificios que cuando la ciudad fue abandonada se encontraban en plena remodelación. Los mayas estaban engrandeciendo su ciudad cuando sobrevino la crisis del Clásico Terminal y algunas construcciones se quedaron sin terminar. No es habitual encontrar estas huellas del momento final de ocupación de una ciudad, justo antes del llamado tradicionalmente colapso de la civilización clásica maya (en el siglo X d.C.). Los mayas no llegaron a desaparecer pero sí abandonaron sus ciudades y su sistema tan jerárquico y sofisticado para recuperar formas de vida más sencillas.


Además, hemos descubierto importantes restos de cultura material que nos ayudan a reconstruir cómo era la vida cotidiana en La Blanca. Otros hallazgos singulares son los numerosos grafitos plasmados en los muros de sus edificios, así como los vestigios de pintura mural, entre los que destaca la presencia de pigmentos de lujo para pintar los interiores de sus edificios, en este caso el cinabrio para los rojos y la malaquita para los verdes. Estos minerales eran importados lo que, aunado a la arquitectura excepcional y las grandes remodelaciones que se llevaron a cabo, significa que la ciudad gozó de un gran esplendor en el período Clásico Terminal (850-1000 d.C.), según la cronología maya.


Otra particularidad es que tuvo una ocupación posclásica. Algunos pobladores mayas reocuparon las estancias semiderruidas y dejaron allí sus vestigios. Esto nos ha permitido desvelar un dato muy novedoso: tras ser abandonadas, en cien años las ciudades mayas se colapsaban y quedaban inhabitables e invadidas por la selva. También pasaron por allí algunos “curiosos” de época colonial. Como dato anecdótico, entre los grafitos hemos documentado la firma, en 1752, del gobernador y alcaide de origen español de la prisión del Petén Itzá, D. Pedro Montañés.


¿Cómo es el día a día en la excavación?
Nuestra casa-laboratorio está en la isla de Flores, la capital de Petén, en el Lago Petén Itzá. Todos los días a las 5:30 h salimos hacia las ruinas que están a unas dos horas de viaje. Un equipo se desplaza a La Blanca y otro a las ruinas del cercano asentamiento de Chilonché, otro de los sitios arqueológicos del entorno que hemos empezado a investigar de forma paralela al de La Blanca. Aunque la distancia no es grande, todo es complicado por el estado de los caminos de tierra. Solemos pasar allí entre dos y tres meses al año, dependiendo, cómo no, de las subvenciones. En ese tiempo se trabaja muchísimo, los siete días de la semana. Dedicamos el primer mes a retirar con sumo cuidado la vegetación y el derrumbe que cubre los monumentos, siempre siguiendo el método arqueológico con trincheras de aproximación hasta llegar a los edificios. Después hay que excavarlos por dentro y restaurarlos, sobre todo recuperar sus estucos y protegerlos con cubiertas realizadas con materiales naturales de la zona (madera y hojas de palma).


De manera paralela, se estudian en el laboratorio todos los materiales encontrados ya que lógicamente todos los objetos arqueológicos se dejan en el país. En una temporada de campo, es habitual encontrar y estudiar una media de 25.000 fragmentos cerámicos. Además, hay que dibujar y medirlo todo para después poder realizar un adecuado trabajo de gabinete en Valencia. Cuando el material ya está lavado, etiquetado y fotografiado, se entrega al Instituto Nacional de Antropología e Historia de Guatemala. Al volver a España, hemos de compaginar la docencia con la preparación de informes, pasar los dibujos a tinta, difundir los hallazgos, hacer la justificación económica, redactar la solicitud de nuevas subvenciones y tramitar los permisos para una nueva campaña.


A nivel personal, ¿qué le está aportando el proyecto?
La Blanca es un proyecto piloto en el que se han llevado a cabo actividades tanto de excavación como de recuperación y difusión del patrimonio cultural, así como de formación y cooperación al desarrollo. Dirijo un equipo interdisciplinar formado por arquitectos, topógrafos, químicos, físicos, fotógrafos y, por supuesto arqueólogos, restauradores e historiadores del arte. A pesar de las muchas gestiones, el poco tiempo libre y el cansancio físico, pesan más las satisfacciones: la emoción de los hallazgos, el compartir con los compañeros guatemaltecos y la población local, o comprobar cómo los estudiantes disfrutan del trabajo y completan sus tesis doctorales. Los estudiantes nuevos se impresionan mucho y todos quieren volver. Es una manera de entusiasmarlos y está bien que conozcan estos trabajos de primera mano porque es muy difícil acceder a proyectos de esta envergadura. Pero bueno, el que algunos de los miembros del Proyecto La Blanca, tanto los españoles como los guatemaltecos, hayan empezado como estudiantes de licenciatura y ahora sean ya doctores, docentes universitarios o investigadores en otros países es para mí una gran satisfacción. Es un equipo muy trabajador, y gracias a ello hemos podido difundir nuestros resultados en numerosos congresos internacionales y realizar publicaciones de gran relevancia científica.


¿Cuándo decidió usted dedicarse a la investigación arqueológica?
Mi vocación por dedicarme a la arqueología ha sido desde bien pequeña. De hecho, con catorce años empecé a ir como voluntaria a campos de trabajo de arqueología en España y en otros países europeos, gracias al apoyo que siempre me dieron mis padres y mi hermano para que me dedicara a esta profesión. Aunque en un principio empecé dedicándome a las culturas mediterráneas, fue también mi hermano quien me introdujo en el mundo americanista, y después de mi primera experiencia de investigación en la ciudad maya de Oxkintok, en Yucatán (México) en el año 1988, me enamoré de la cultura maya. Me resulta tan interesante precisamente por todo lo que queda por investigar acerca de esta civilización, y de la gran cantidad de incógnitas aún por resolver, lo que es algo ideal para un científico. A diferencia de los incas y los aztecas, los mayas no eran un impero con un única capital, sino que tenían reinos y cada reino, una capital. Por eso, toda el área maya está llena de ciudades, muchas de ellas todavía escondidas en la selva y desconocidas por la comunidad científica. Es decir, todavía es posible descubrir antiguas ciudades mayas aún sepultadas en la espesa selva tropical.


¿Qué les queda para finalizar el proyecto?
Los mayas construían sobre edificaciones anteriores así que debajo de un edificio maya suele haber otros más antiguos. De modo que ahora estamos llevando a cabo la investigación arqueológica del interior de los edificios ya excavados, sobre todo en el basamento de la Acrópolis de La Blanca. De cara al futuro nos queda seguir explorando las ruinas de Chilonché y otros asentamientos del entorno, así como emprender los estudios de interpretación del paisaje en la antigüedad.


Paralelamente, trabajamos en las llamadas reconstrucciones ideales para facilitar la comprensión del sitio a nivel de difusión del patrimonio maya. A través de nuestros estudios, deducimos cómo era la ciudad en la antigüedad y mediante dibujos artísticos e imágenes digitales en 3D y realidad virtual elaboramos reconstrucciones para mostrar su aspecto original, tanto de la arquitectura, como de la vida cotidiana de sus habitantes. En este sentido, las recreaciones son muy fieles porque están basadas en evidencias arqueológicas. Gaspar Muñoz Cosme, director de Arquitectura del proyecto y profesor del Departamento de Composición Arquitectónica de la UPV, se encarga de coordinar este trabajo que, esperamos, pronto pueda difundirse en la web del proyecto. También estamos preparando la edición de guías culturales de La Blanca y su entorno.


Aparte del trabajo de campo, participo en otras investigaciones relacionadas como la que estamos desarrollando a través del Groupe de Recherche Européen “Past Crisis in Ancient America”, un proyecto europeo que estudia las crisis que hubo en América en la antigüedad. Nosotros aportamos datos muy importantes que hemos extraído del estudio de los enterramientos en superficie encontrados en La Blanca a raíz del llamado colapso de la civilización maya clásica. Para el análisis de los restos óseos en el laboratorio, nuestras restauradoras han desarrollado un sistema pionero de recuperación de esqueletos en bloque para evitar que se pulvericen, algo muy habitual en las excavaciones en áreas tropicales. Ya hemos determinado los aspectos bioantropológicos de estos restos, es decir, conocer su sexo, edad, etc. y emprenderemos ahora las investigaciones paleopatológicas para intentar saber de qué murieron, qué enfermedades padecieron y cuestiones relativas a relaciones de parentesco.


Otro proyecto paralelo es el que hemos iniciado en el año 2008 Grafitos mayas. Iconografía y conservación. Los palacios de piedra caliza se cubrían de estuco y en la última fase de ocupación era habitual que hicieran dibujos sobre las paredes. Son difíciles de ver y lleva mucho tiempo registrarlos pero hemos logrado documentar procesiones de guerreros, ofrendas de tributos, escenas de caza, seres sobrenaturales, arquitecturas diversas, etc. No son exclusivos de La Blanca, pero generalmente no hay tiempo en otros proyectos para documentarlos. Me parece algo extremadamente interesante porque representaban su universo de una forma libre y espontánea frente a la iconografía oficial presente en las vasijas o pinturas murales. Esto genera mucho trabajo de modo que es una buena vía para que los estudiantes del departamento de Historia del Arte puedan realizar proyectos de investigación sobre iconografía, análisis de pigmentos, estudios del color, etc.
 


DESTACAMOS

CRISTINA VIDAL LORENZO es Doctora en Geografía e Historia por la Universidad Complutense de Madrid, Máster Internacional en Dirección de Empresas por la Universidad Autónoma de Madrid, y Profesora Titular del Departamento de Historia del Arte de la Universitat de València. Ha realizado estancias de investigación en diversas universidades y museos europeos, americanos y asiáticos. Desde el año 1979 ha participado en proyectos de investigación arqueológica, conservación del patrimonio y cooperación al desarrollo tanto en España como en Europa y América. Ha sido directora de Proyectos de investigación arqueológica y conservación del patrimonio en Valencia, y desde el año 2004 dirige el Proyecto arqueológico La Blanca, Petén, Guatemala. Ha sido comisaria de exposiciones internacionales. Es autora de numerosas publicaciones sobre arte, arqueología y patrimonio cultural, y co-editora de la colección Cuadernos de arquitectura y arqueología maya. Actualmente dirige el Centro de Interpretación de La Blanca, así como los Proyectos Aplicación de nuevas tecnologías para el estudio y difusión del patrimonio cultural maya como factor de educación y desarrollo (2010-2012) y Manifestaciones artísticas en la arquitectura maya. Los grafitos y la pintura mural (2012-2014).

 

Fotografías del templo piramidal en el Grupo Sur de La Blanca durante su excavación y Cristina Vidal junto a la representación de un personaje sobrenatural hallado en una de las subestructuras de Chilonché, en el interior del basamento de la Acrópolis.



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